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Acceso
Tírate desde esta terraza
Gina se arreglaba a toda prisa aquella tarde del mes de Mayo para salir con alguien a quien se había jurado no ver más, pero no solo le iba a ver, sino que había quedado con él en la terraza- restaurant del Hotel Plaza, y estaba pensando cómo dar esquinazo al buen amigo con el que llevaba saliendo todo el invierno y con quien había quedado en la puerta de su casa esa misma tarde….
Eligió cuidadosamente la ropa que se iba a poner. Un traje de chaqueta de cheviot en tonos cámel, de falda tubo, con una blusa de batista blanca bordada, que dejaba sus hombros ligeramente descubiertos por el cuello barco. A juego eligió la gorrita de punto grueso en lanas de colores mostazas y anaranjados que sabía que tanto le había gustado a José Mari el día que se conocieron, dos años atrás….
Se miró al espejo con prisa por salir y comprobó que todo quedaba perfecto. Era tal vez más bella que atractiva, con el pelo muy oscuro cortado a lo Lollobrígida, con unos rizos deshechos sobre la frente, y sus ojos tan azules destacaban como faroles de agua en su cara, iluminados por esa sonrisa de seguridad que la caracterizaba.
Sabía que no debía hacer lo que estaba haciendo… Lo sabía porque en los años que habían pasado desde que conoció a José María, sus amistades comunes le habían prevenido de que él tenía una novia formal desde hacía dos años y que su noviazgo estaba consolidado e iba en serio. Por eso ella se había jurado no volver a verle más, ni salir con él aunque llamase.
Todo había comenzado como algo muy normal, dos años antes:
Tony, un amigo común, le había pedido a Gina que reuniese unas cuantas amigas porque venía un grupo de cadetes amigos suyos con motivo del desfile de las Fuerzas Armadas, y después querían ir a alguna discoteca a bailar y a tomar algo, en grupo.
Gina accedió, por amistad con Tony, y llamó a unas cuantas amigas, aunque el plan no le entusiasmaba demasiado, pero solo serían un par de días y seguramente lo pasarían bien, sin mayores compromisos.
Aquel desfile lo presenció Gina con sus amigas en una de las tribunas preparadas para familias de militares, invitadas por uno de los familiares de los cadetes.
Gina no sabía quiénes eran los que vendrían luego con ellas, pero se fijó en algunos que podrían ser, por el arma en que desfilaban y por el lugar que le habían explicado que ocuparían. Le llamó la atención uno de los más altos, rubio y con un porte atlético magnífico. Le preguntó a Tony y él le dijo el nombre: Javier. Era fácil seguirle con la vista pues por su altura iba de los primeros, aunque por delante de todos ellos iba otro cadete solo, no tan alto, pero con un sable precioso y un banderín, abriendo la marcha. Gina no entendía mucho de todo aquel protocolo militar y ni siquiera preguntó a Tony por el detalle del que llevaba el banderín y el sable, pero Tony, muy en su papel, le comentó que era el cadete que había obtenido la mejor calificación y el número uno de su promoción y por eso llevaba ese sable y portaba el banderín.
Gina se empezaba a aburrir y estuvo a punto de marcharse, pero no lo hizo por sus amigas, aunque por Tony le hubiese sido fácil encontrar alguna disculpa para irse.
Cuando el desfile terminó, Tony las llevó a una cafetería cercana donde habían quedado en reunirse con los cadetes. No tardaron mucho y Tony hizo las presentaciones.
¡Qué casualidad ¡ El cadete alto y rubio venía entre ellos. Gina pensó que empezaba a tener algún interés aquella reunión. Sabía que los 6 cadetes que se habían ido presentando no podían apartar los ojos de ella, como era lo normal, y por tanto Javier también la miraba con una sonrisa muy intrigante.
Cuando decidieron ir a una discoteca a bailar, Gina se dio cuenta de que Javier se situaba a su lado y sonrió. Casi llegando, Tony se las arregló para ponerse entre ella y Javier, y Gina le dirigió una mirada furibunda que a Tony pareció gustarle una barbaridad.
Entre tanto cadete y tanta jovencita en busca de un baile, con risas y presentaciones, Gina se dio cuenta de que algo le rozaba la falda. Se volvió un poco y comprobó que era un sable que llevaba el cadete que acababa de ponerse a su lado.
- Perdona, esto del sable es una incomodidad. ¿Te he lastimado?- En cuanto lleguemos me lo podré quitar. Soy familia de Tony. Me llamo José María. Encantado de poder conocerte Gina.
- Hola. No me has lastimado, solo un poco sobresaltada porque no lo había visto y a ti tampoco. ¿Qué tal el desfile? ¿Te ha dicho Tony mi nombre verdad?
- Sí, es que Tony habla muchas veces de ti y de tu familia. Yo soy primo de Tony y me gusta haberte conocido.
Gina buscaba con la vista a Javier, el rubio alto que venía a su lado hasta hacía un momento, pero debía ir delante o detrás con alguna de sus amigas.
Como primera impresión, lo que le llamó la atención de José María fue el sable tan bonito que ya le había visto en el desfile, y luego el tono de su voz, que no sabría definir por qué pero le iba captando la atención.
Al llegar a la discoteca ya no hubo otra manera de sentarse en las mesitas más que tal como entraron, o sea que José María estaba a su lado y, en cuanto dejaron las cosas que llevaban, la invitó a bailar.
A Gina le gustaba mucho bailar, pero solo si era con alguien que lo hiciera muy bien. Dudó un poco antes de aceptar, pero vio a José tan decidido, y ya sin el sable, que accedió. La sorpresa fue que bailaba divinamente, aun sin perder un cierto aire marcial que no le sentaba nada mal.
Toda la velada estuvieron charlando, aunque de cosas generales, sin profundizar ninguno en la vida del otro.
Cuando se hizo la hora de irse cada cual a su casa, José le pidió el teléfono. Al despedirse, muy caballerosamente, le besó la mano y le acercó los guantes largos de piel color café con leche que Gina llevaba, junto a su bolso. Por unos segundos mantuvo los guantes entre sus manos, como si quisiera llevarse en ese contacto algo de ella, que tanto le había impresionado.
Al día siguiente Gina se despertó bastante animada, y pensó que finalmente la velada con los cadetes no había estado nada mal.
Siguió con su rutina diaria, sus estudios, sus amistades, aunque recordaba a retazos cosas de la tarde anterior.
Al llegar a casa su madre le dio una sorpresa: Había llegado un precioso centro de rosas para ella, con una tarjeta. Era de José María, y le daba las gracias por la tarde que habían pasado, por conocerla y esperaba poder verla alguna vez.
Gina guardó la tarjeta sonriente, aunque pensando que era complicado que volvieran a verse, ya que vivían en distintas ciudades y ambos tenían sus estudios por delante que dejaban muy poco tiempo….
Sus amigas también lo habían pasado estupendamente con los cadetes, e incluso alguna había quedado en escribirse y en verse en alguna ocasión, pero en los planes de Gina aquella tarde sería solo un bonito recuerdo.
Pasó el tiempo y la vida de Gina se iba completando con sus estudios, con nuevas amistades y con un muchacho que la llamaba para salir constantemente y cada día estaba más compenetrado con ella.
Era muy sensible, sincero, estable, estaba a punto de terminar una buena carrera y todo el mundo daba por hecho que Gina y él se harían novios de un momento a otro.
Quien no lo tenía tan claro era Gina. Algo dentro de ella le ponía frenos y no le permitía avanzar en esa relación.
Un día su mejor amiga le comentó que se había hecho novia de uno de los cadetes que conocieron aquella tarde del año anterior.
Gina se quedó algo extrañada, porque su amiga era sumamente retraída con los chicos, pero se alegró y le preguntó si sabía algo de los demás del grupo. Sobre todo de Javier, que tanto le había impresionado el día que los conocieron. May le comentó que había visto a Javier en una ocasión, que no tenía novia y que hablaba en muchas ocasiones de “la chica morena de ojos azules con gorrita de lana” que habían conocido.
Gina sonrió y le gustó la noticia… pero de repente, sin saber por qué, le preguntó si sabía algo de José María, y le comentó a May lo del regalo del ramo de flores.
Ella intentó desviar la conversación, pero al final le explicó a Gina que José María tenía novia formal hacía ya dos años, que era una chica estupenda, con un carácter dulce y muy enamorada de José, y que mejor sería que olvidase las flores y a José.
Gina sintió que algo se le rompía por dentro, pero comprendió que solo una tarde y un ramo de flores no tenían por qué significar nada importante, y aunque sentía por dentro una rebeldía espantosa, pero se juró no volver a pensar en el cadete del sable, ni en su tarde de baile, ni en su regalo, ni es su voz que tenía grabada muy dentro.
Pasó el año, y llegó el mes de Mayo. Gina salía ya con asiduidad con Jaime, que terminaba su carrera ese verano. Era para ella un pilar de estabilidad, de comprensión, de inteligente modo de ver la vida, y ella le estaba aprendiendo a querer, a pesar de que no se sentía comprometida en un noviazgo que no veía maduro, y por lo tanto cada uno seguía saliendo de vez en cuando con sus amistades de siempre.
Aquella tarde, a primera hora sonó el teléfono... Gina pensó que sería Jaime que acababa de llamarla para salir a tomar algo.
Cuando oyó la voz de José María, se quedó desconcertada unos segundos.
Precisamente May le había dicho que habían vuelto para el desfile de nuevo, y que Javier le había preguntado por ella para invitarla a ir a bailar a la terraza del hotel Plaza que tanto le gustaba, pero se suponía que sería al día siguiente, y desde luego no imaginaba que iba a ser José María quien llamase.
¿Qué iba a hacer con Jaime? Ya había quedado con él, aunque algo más tarde…. Se daba cuenta de que estaba haciendo justo lo contrario de lo que se había propuesto hacer, pero aceptó salir aunque su mente le gritaba que no lo hiciera.
Llamó a toda prisa a Jaime y le contó una mentira que le parecía una canallada contarle a alguien tan bueno como él. Le dijo que estaba mal, y que la comida le había provocado un cólico y por eso no podría salir….. Se sentía como una traidora, pero de todos modos lo hizo.
Salió de casa lo antes posible, por si Jaime se acercaba a ver como estaba. Miró a un lado y otro antes de salir del portal y a toda prisa giró la primera esquina y paró un taxi.
El corazón le latía a toda velocidad, no sabía si por estar haciendo aquello tan mal hecho o porque se iba a encontrar con José María, a pesar de saber que tenía una novia formal. Aquello no tenía ni pies ni cabeza, pero lo estaba haciendo e incluso lo estaba disfrutando.
Al llegar al hotel Plaza ya estaba él en la puerta esperándola. Subieron a la terraza, en la que había una “parrilla” preciosa con pista de baile y las vistas eran una maravilla. Toda la ciudad a los pies en una tarde de primavera.
Gina se repetía por dentro que todo aquello habría sido ideal si no existiese la novia de José. Casi creía conocerla, a través de lo que le habían hablado de ella. No merecía que ocurriese nada que la hiciese infeliz y desde luego no iba a ocurrir.
La orquesta tocaba música suave y bailaban como si un viento cálido les empujase uno contra el otro, muy cerca. La voz de José era como parte de aquella música, y Gina hacía esfuerzos por no olvidar su promesa de no volver a salir con él…. Pero estaba allí, bailando con él, disfrutando del momento y notando cómo se iban sintiendo cada vez más cerca uno del otro. José cada vez hablaba de sentimientos más íntimos y Gina notaba que estaba disparando algo que no debiera disparar. José estaba diciendo cosas demasiado directas, estaba a punto de confesar algo que hubiese sido precioso si no fuera porque Gina no lo iba a consentir, pensando en la novia de José.
Le pidió que fuesen a la zona de mirador de la terraza, un poco alejados de la música y de la pista de baile.
Allí, con la ciudad a sus pies y un atardecer de película, Gina miró a los ojos a José y le preguntó por su novia.
Algo que podría ser un volcán de lágrimas contenidas y sangre de dolor asomó a los ojos de José. No podía ni hablar. Se ahogaba y estaba a punto de caer redondo al suelo.
Gina tomó la iniciativa y le reprochó el haberla llamado a pesar de tener a su novia formal, y que desde luego eso no era lo que esperaba de él.
José tartamudeó algo que Gina no quiso oír, algo como que iba a dejar a su novia si Gina quería… pero no llegó a terminar la frase porque Gina le paró en seco.
- No, tú no vas a dejar a tu novia porque yo no voy a querer nada contigo, después de tu falta de confianza conmigo y del engaño que estás haciendo a esa chica. No te voy a creer ya, digas lo que digas…Y deja de intentar convencerme de que realmente sientes lo que dices por mí, porque no quiero creerlo ni aunque fuese cierto.
Gina sentía un torbellino que, aunque sabía que iba a estallar, no dejaba de destrozarla por dentro, incluso sabiendo ahora que José dejaría a su novia si ella lo deseaba. Ya no. Se le había derrumbado todo lo que recordaba de aquel ramo de flores y de pronto deseó castigar a José por todo ese daño.
Se asomó a la baranda de mármol de la terraza y miró hacia abajo. La altura daba sensación de mareo, de vacío, tal como su corazón se sentía en ese momento. Cada mirada, que momentos antes había dedicado llena de ternura, calidez y sensualidad a José, ahora la controlaba como un golpe que quisiera derribarle. Se sentía malvada, cruel, y el dolor era muy intenso.
- Si de verdad harías por mí lo que yo quisiera….. Tírate ahora al vacío por esta terraza
¡Dios mío! ¿Quién había dicho eso? No podía haberlo dicho Gina porque sería como si deseara matar a José y ella jamás podría desear eso nadie, y menos a él.
José estaba como de piedra… incluso tuvo un destello de querer ir hacia el borde de la baranda de mármol con los ojos llenos de lágrimas negras.
Gina le cogió de la mano y le abrazó. Sin decir ni una palabra le llevó hasta la mesa donde tenían sus bebidas y se sentaron.
Ninguno fue capaz de decir nada. El silencio hablaba mucho más elocuente que las palabras. Se miraban uno al otro con una intensidad que lo decía todo. La decisión de Gina era firme. José no iba a dejar a nadie por ella porque ella no lo admitía.
Un muro de silencio les fue envolviendo. José parecía al borde de un infarto, pétreo, pálido, sangrando el corazón a vista de todos. Cogió los guantes largos de piel de Gina y los llevó a sus labios una y otra vez…. Sin decir nada. Así estuvieron un largo rato.
Luego Gina se levantó para irse y José la acompañó hasta la puerta del hotel donde pidió un taxi. Allí, cara a cara, Gina sonrió con ternura y le dijo como despedida:
- La próxima vez que vengas, yo ya tendré novio para casarme. Adiós José María.
El taxi emprendió el camino de regreso a casa de Gina, mientras la figura de José María se iba quedando atrás, en la puerta del Hotel, cada vez más lejos, como en el corazón de Gina, cada vez más lejos y más llena de dolor.
Así fue, y Gina se prometió con Jaime antes de un año. Y su vida fue muy feliz, sin malos recuerdos.
Tan solo en el mes de Mayo, Gina creía ver en el desfile retransmitido por la tele, a un oficial abriendo el paso de su destacamento, con un sable que brillaba al sol de la primavera, con un aire muy marcial y con los ojos cuajados de lágrimas negras… pero era solo por unos momentos.
Original propiedad de Conchita Ferrando (Jaloque)
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