Qué tal…¿cómo estás?

Hay que ser medio inconsciente, o tener los nervios bien templados, o un gran equilibrio interior como para saludar con un; –“Qué tal…¿cómo estás?”, porque de inmediato cae sobre uno una avalancha de problemas a saber: del dinero que no alcanza; del trabajo que no se consigue; de la salud del hablante o de un familiar; de…¿sigo? ¡No, por favor! Ya no soporto de otros ni “me” soporto yo misma.

Soy una agradecida por todo lo que tengo, pero me resulta cada vez más difícil lograr un equilibrio que me salve del strés en que nos hunden las situaciones actuales. Y lo digo así, en plural, porque si bien en todos los tiempos hubo problemas, éstos parecen agudizarse cada vez más y hasta en los casos en que el dinero no es preocupación, las relaciones humanas “hacen agua” por todos los costados.

Sin dudas me meto en un tema que sería de largo debate  con psicólogos de por medio, porque aquí se juegan: la pérdida de valores; la falta de proyectos, el hartazgo de hacer esfuerzos sin que tengan reconocimiento (o el necesario); lo cierto es que yo no voy a salvar el mundo, pero tampoco quiero empeorarlo y a veces –como hoy– me resulta una misión casi imposible hacer este artículo con optimismo. Yo sé que esto les pasa a todos y quiero ser sincera, pero a veces uno no da más ¿no?

Por momentos me acuerdo de algo que me contaba papá cuando ya era bien mayor y estaba solo –mamá ya había fallecido–; sus días y noches solían hacerse muy largas, él siempre tenía la radio sobre su almohada y la escuchaba hasta muy tarde las noches en que no le era fácil dormir, me decía que lo acompañaba mucho y que siempre, pero siempre se dedicaba a soñar despierto.
Imaginaba qué nos regalaría a nosotros, sus hijos, por supuesto para él, los seres más queridos. Entonces nos daba una casa a cada uno, y muchas cosas que él sabía, nos eran necesarias o que nos hubiera gustado tener…

También viajaba con su mente a lugares preciosos… Es decir, soñaba y nos veía felices y era feliz él. Me decía: –Yo sé que no es cierto nada, pero mientras lo imagino, me siento como un rey, como si fuera verdad y ¡me hace tanto bien!”.

¡Pobre viejo querido, que se fue sin llegar a conocer el mar como soñaba! Le encantaba el agua y si hubiera podido elegir hubiera vivido junto a un río Si yo pudiera abrazarlo hoy y darle a él lo que le hacía falta, y darle las gracias porque en esta realidad me sirve lo que él hacía.

De manera que cuando no doy más, cierro los ojos en la noche y pienso en lo que quisiera darles a mis seres queridos, arreglo situaciones, soy una maga… Por momentos alivia el alma.

A lo mejor ¿quién lo sabe? Los buenos pensamientos y deseos sean como oraciones y en algún momento o en algún plano se harán posibles. Las utopías sirven para sobrevivir, y ¿Qué es esto sino tratar de vivir un poco mejor?

Creo que la tabla de salvación es ayudarnos unos a otros, escucharnos y salvar los afectos, que son el oro de la vida. Ya que todo es tan difícil, por lo menos cuando nos ponemos en lugar del otro para comprenderlo, acompañarlo, y compartir lo que le pasa damos lo que somos, y eso es muy valioso. La cuestión es no dejar que a uno se lo repartan “a lonjas”, la situación ideal es un : toma y daca.

Me duele estar así. Quiero “comprarme” –como mucha gente– una ilusión que dure, de ésas que no se compran con dinero.

Bueno, me voy a dormir, a lo mejor tengo la suerte de soñar con mi viejo y arreglamos el mundo. Por las dudas si me ves mañana, no me saludes preguntándome: “Qué tal…¿Cómo te va?” Salvo que seas alguien que de veras me quiera y te importe, o que sepas “bancarme”. ¡Porque sino, TE CUENTO!