I - La dama de la princesa de Asturias

Cuentan los juglares y los ancianos que... 

Catalina era hija del duque de Lancaster, Juan de Gante, y de Constanza de Borgoña-Ivrea, cuyo progenitor era Pedro I de Castilla. Por acuerdo de sus padres, mentores y diplomáticos, vino a España en 1388, para contraer matrimonio con el príncipe Enrique, más tarde Enrique III de Castilla, de la Casa de Trastámara. Como era habitual, un conflicto quedaba zanjado mediante unas capitulaciones matrimoniales, que a menudo convertían tálamo nupcial en un escenario más de la guerra que se había pretendido terminar. Mas no fue el caso que nos ocupa, y de ese modo se sellaba definitivamente el fin de la contienda civil que había asolado Castilla al enfrentarse el conde de Trastámara, don Enrique, con el rey Pedro de Borgoña, llamado "el Cruel" por sus muchos enemigos y "el Justiciero" por los que permanecieron leales. La jovencísima pareja fue la primera que recibió la dignidad de "príncipes de Asturias".

Junto a ella vinieron unas cuantas damas de honor, todas muy jóvenes pues Catalina tenía 15 años justos y todas las posibilidades de que añorase la verde campiña de su país, entonces con un clima más suave, tanto que se podían cultivar vides en las islas, soprendiendo a las generaciones posteriores por ese motivo. Todas ellas eran muy guapas, pero sobresalía por su donaire y belleza una que se llamaba Eleanor Beaumont, de buen linaje normando, que aprendió rápidamente el castellano para deslumbrar con su afinado canto al círculo cortesano que se había formado en torno a la nueva princesa, y que atraía a las nobles mocedades por todos los buenos atributos que se daban cita entre los recién llegados, que fueron acogidos en su nueva patria con la tradicional hospitalidad hispana.

Nadie quedaba sin fascinar al conocerla, no ya sólo por su deslumbrante y larga cabellera rubia, por la luz que centelleaba en sus ojos azules, o por su voz, sino que además de todo ello era una mujer cabal y virtuosa al servicio, compañía y consuelo de su señora y amiga, la princesa de Asturias, doña Catalina de Lancaster. Tantas cualidades reunidas tenían que despertar malas intenciones, como así fue. Un caballero se enamoró de ella. Fue blanco de sus insistentes requiebros, pero rehusaba sus atenciones con discreción. A pesar de ello se enteró la prometida del caballero, que furiosa de celos recurrió a una hechicera de Toledo para acabar con la causa de sus problemas. No le importaba que Eleanor rechazase a su futuro esposo, es que no toleraba la sola idea de que hubiera otra mujer en el corazón de su amado. Y por encargo de ella, la bruja, que había alcanzado oscura fama con sus sortilegios, preparó su obra magna, tal y como lo había concebido su clienta.

Un bebedizo que la sumiese en un sueño parecido al de la muerte pero que no lo fuera, para sumir en el espanto más profundo a su competidora al despertarse… enterrada viva, como castigo a lo que consideraba una doble afrenta... por mujer y por extranjera.

Cuando lo tuvo preparado avisó a la pérfida dama. Antes de que una de sus criadas pasase a recogerlo, la bruja sintió el impulso de apiadarse de la inocente y mudó los efectos para evitar tanta crueldad. La infame se lo sirvió con el pretexto de que le aclararía la voz, justo antes de entonar una canción de amor. El efecto fue fulminante y Eleanor cayó desvanecida, poco después los médicos certificaban su fallecimiento sin aclararse sobre el súbito mal. La princesa no lo aceptó y ordenó a un caballero de su confianza que hiciese algunas pesquisas. La hechicera, enterada del desenlace y de la indagación en curso, solicitó hablar con doña Catalina, que la recibió con cautela. Aquella, muy impresionada y arrepentida, sin duda porque algún Ángel del Señor la había rozado con la virtud de la compasión, se lo contó todo y le entregó el emponzoñado dinero que había cobrado para que lo destinase a obras de caridad. Luego se echó a sus pies y le imploro perdón. La princesa mostró las dotes de mando que la caracterizaron luego como corregente de Castilla, junto a Fernando de Antequera, y la hizo ingresar en un convento para expiar sus culpas. Acto seguido hizo llamar al prometido caballero para preguntarle, delante del cadáver de Eleanor, si su amor era tan cierto e inquebrantable como para depositar un único y postrer beso de pasión en sus labios. Se negó entre juramentos y declaraciones de honor: doña Catalina ordenó a su mejor caballero que le desafiase. Así lo hizo y muerte le dió. Quedaba la envidiosa dama, a la que ni siquiera recibió: fue emparedada en la cripta de una iglesia de Toledo, en secreto, donde aún aguardará el Día del Juicio Final.

Con enorme congoja por haber perdido a una gran amiga y confidente, doña Catalina mandó que le diesen sepultura en Alcalá de Henares, en una apartada ermita llamada de San Martín de Gorquías, cerca del río que da nombre a la ciudad complutense. A Eleanor le había entusiasmado cuando la visitaron en su último viaje. Como muestra de cariño, y contrariando las costumbres de la época, se colocó un pequeño pero magnífico retrato, joya pictórica, junto a su nombre y la leyenda en latín “Amor MORtem necat”, como epitafio. Durante la vida de la princesa, luego reina y más tarde corregente, no faltaron las misas. Al morir ella, la ermita volvió a quedar perdida en el frondoso y espeso monte que rodeaba la localidad complutense. Los días se sucedieron hasta perder la cuenta, como los meses, y aún los años.

 

Lope García de Fadrique era un hidalgo, un segundón, que volvía como un héroe de la Batalla de Pavía, con licencia expresa de su señor, el emperador don Carlos, se dirige a Madrid en solitario. Había tenido la audacia de haber hecho prisionero al rey Francisco de Francia junto a sus conmilitones Juan de Urbieta, Pedro de Valdivia, Alonso Pita da Veiga y Diego Dávila, entre otros. Fatigado por tantas jornadas de viaje desde el Milanesado, y enojado por alguna herida sin importancia que daba más penitencia de lo debido, al llegar a la altura de Alcalá divisa una casa y se desvía hacia ella para preguntar a sus habitantes donde hallar fonda para pernoctar, ya que las tinieblas saquean el cielo anunciando la agonía del día. A medida que se acerca comprueba que se trata de una ermita y duda si entrar para ver si hay algún lugareño o picar espuelas en dirección a Alcalá, no muy distante. El cansancio le puede y determina quedarse en la capilla, que se hallaba muy descuidada y con notorios signos de haber sido abandonada por la devoción de los fieles, que hasta los santos padecen la volubilidad del Hombre por partida doble, primero cuando vivieron, y luego en los altares.

Resuelto a pasar la noche arrebujado en su manto, a la luz de un cirio a medio consumir, que ni siquiera había despertado la codicia de los últimos visitantes, dejó pasear la mirada por el artesonado y las paredes, en espera de que el sueño le asaltase. Estaba a punto, cuando observó sobre una de las paredes una pequeña imagen que hasta ese momento le había pasado desapercibida. Era de una hermosa dama, la penumbra y el alboroto de la llama, jugueteando con el pábilo que devoraba, le conferían el aspecto de estar viva. Se incorporó para acercar la exigua luz y se percató de que estaba ante una tumba. “Eleanor Beaumont. Amor MORtem necat”. La piedra labrada y el exquisito gusto de la pintura le hizo deducir que se trataba de alguien principal. El retrato. Quedó extasiado contemplándolo y se preguntó por la razón que trajo la muerte a tan maravillosa mujer, porque no podía ser de otra manera. Si la cara es el espejo del alma, aquella noble joven tuvo que ser un pedazo de Cielo en la Tierra.

Apenas pudo dormir, los sueños se presentaron de manera inconexa, enloquecida y caótica, pero en todos, sin excepción, aparecía la bella dama. Al día siguiente volvió al camino, busco la iglesia más cercana para escuchar misa e interrogar al sacerdote sobre la ermita y su misteriosa sepultura. La fortuna le ayudó, porque gracias a él pudo informarse algo, no mucho: su envenenamiento en Toledo, cuándo fue enterrada, y el gran aprecio que sintió hacia ella la reina Catalina de Lancaster, esposa de Enrique III de Castilla, llamado en su siglo “el Doliente”, por los diferentes males que le afligían. Adquirió algunas viandas, tinto para regarlas y regresó a la capilla con la intención de ver el alba de un nuevo día desde allí. Dejó la exigua carga en el zaguán y se sentó frente al retrato. “Amor MORtem necat” leyó por centésima vez, para repetirlo en español: “El Amor mata a la Muerte”. No podía concebir que Dios hubiera permitido tal sacrilegio, sí, así lo consideraba, aunque fuese una blasfemia agravada por encontrarse en sagrado. Pero nada hay sagrado si la pasión logra prender su fuego en el corazón, y el de Lope ya estaba inflamado con desesperación. El atronador silencio de la capilla, el recuerdo del suceso que le había narrado el cura, la tremenda sensación de impotencia, las horas del ocaso, con su melancolía, lograron arrancar las lágrimas del veterano soldado, que desconsolado, rompió a llorar por haber llegado con tanto retraso, tan a destiempo y tan inútil para librar de la cruel muerte a su dama... más de 130 años tarde: un abismo que ninguna espada puede salvar. Y se sumió largamente en su llanto. Hasta que el sueño le concedió cuartel.

Se despertó sobresaltado, como si un superior le hubiera llamado por su nombre para ordenarle algo. No había nadie más que él y en el exterior las estrellas mantenían su luminoso diálogo con la luna, que mostraba impúdica todo su voluptuoso esplendor esa noche, cuya madrugada acababa de comenzar. Sentía la misma agitación que antes de iniciar una batalla. No vaciló un instante: agarró una vara de hierro que estaba a punto de desprenderse del techo, y a modo de maza y gancho, alternativamente, comenzó a manipular el sepulcro con el fin de abrirlo. Amordazó a su entendimiento, “el corazón tiene razones que la razón ignora” como dijo Pascal, y se entregó ardorosamente a la labor de rescatar a su amada, porque no creía estar profanando el reposo eterno de una difunta sino liberar a la mujer de la que estaba enamorado, poniendo fin a una burla de los siglos.

Tras pelear bravamente, consiguió desplazar la tapa vertical del sepulcro hasta que la hizo caer con gran estrépito, dejando al descubierto una multitud de ramos marchitos, depositados sobre el ataúd. Trocando la brutalidad anterior por extrema delicadeza, las fue apartando hasta llegar a la madera del féretro. Con mucho ingenio, laboriosamente, valiéndose de unos bancos rotos que quedaban, pudo sacar la caja, que cubierta de polvo y humedad, quedó expuesta. El Santo Oficio le haría muchas preguntas, pero desterró inmediatamente ese pensamiento. Volvió a cobrar fuerzas y se dispuso a levantar la cubierta. Después de los anteriores trabajos, este le supuso poco esfuerzo. Cogió el lienzo que ocultaba el cadáver y lo retiró. Retrocedió un paso ante lo que estaba viendo... Eleanor estaba incorrupta, ni una sola mota de polvo había mancillado el color de su semblante. Parecía dormida, en un tranquilo letargo de siglos. Conservaba su magnífico tocado y sus pestañas parecían gotas de rocío dorado custodiando los ojos. Las manos, cruzadas sobre el pecho, asían una cruz de plata con incrustaciones de azabache. No había visto ningún vestido parecido, tan lujoso y elegante. Tan exquisitamente femenino.

La pena hizo presa en él porque la pintura no le hacía justicia. Si era hermosa en la imagen, en persona lo era muchísimo más. Volvería a dejar todo como estaba, y lamentaba haber turbado su descanso. El dolor era atroz y tenía que lidiar contra las lágrimas que amenazaban con volver a anegar su cara. Antes que nada, se dejó llevar por el impulso de su amor, e inclinándose sobre sus labios, los besó larga, profunda y apasionadamente, sintiendo el tacto suave, tibio y dulce de su blanca piel en la boca.

Inesperadamente, notó un leve movimiento. Lope se separó de ella como movido por un resorte. Eleanor había descorrido el velo de sus rubios párpados, la luz que brotaba de sus azules ojos lo inundaba todo. Alzó los brazos hacia su salvador y le abrazó fuertemente. El hechizo estaba roto.

La bruja, atormentada, cambió la fórmula en el último momento, no para matarla, sino para que retornase a la conciencia cuando recibiese un beso de verdadero enamorado. Aturdida por los remordimientos, acudió a la princesa. Por ello Catalina ofreció esa posibilidad al mal caballero, que no la quería más que para engrosar la lista de sus conquistas: muerta ya no era objeto de su interés ni siquiera para apenarle. Por ese motivo ordenó que colocasen su retrato en el sepulcro, por si algún penitente, devoto o viajero se enamoraba y era capaz de desafiar a la Muerte armado con el Amor. El genuino, el auténtico. La buena princesa no erró, y un esforzado y valiente soldado la arrancó de las escuálidas y frías garras de la Muerte para desposarse con ella. 

La clara luz de la luna ilumina la estancia y el fuego danza en el hogar...

(C) Angel Nevernet-Láncaster. Todos los derechos reservados. Entresacado de "Cuentos y Romancines", Editorial Lulú (http://www.lulu.com/spotlight/NevernetLancaster)

Debate comenzado por Angel Nevernet_Láncaster , en 26 Septiembre 04:45
Respuestas
jaloque, Miércoles, 28 de Septiembre de 2011 18:37
jaloque
Ahahaa, O sea que Enrique III fue el marido de la princesa Catalina de Lancaster, con cuyo matrimonio zanjaron sus respectivos padres (familiares entre sí), la guerra cruel que llevaban años y años por el trono de Castilla, con traiciones, batallas, pactos con el enemigo y con el hermano simultaneamente..... un culebrón de los de las 4 de la tarde, pero verdadero.../ / Para quien no situe bien a Enrique III os recordaré que fue ese pretendiente ( de rama bastarda pero fuerte) hermanastro de Pedro I "el cruel" ( porque lo fue), con quién se las tenía bravitas por el trono de Castilla que ambos ambicionaban, pero que Pedro, por ser rama directa, ostentaba, a pesar de las guerras que podían hacer cambiar situaciones de un dia para otro.... / En una de esas guerras, tras alguna de sus "paces" falsas, ambos hermanos estaban agresivos en grado superlativo y ambos contrataron "partidarios" para que les ayudasen contra el otro...../ Enrique contrató los servicios de un famoso guerrero llamado Bertrand Duguesclin, y en el fragor de la batalla, ambos hermanos se vieron luchando en el santo suelo, a muerte. .. Pedro tenía a Enrique debajo, en la peor posición que se puede tener, y la suerte parecía echada, pero en ese momento lleguó el caballero Duglesclín, quien al verlos asi trabados, con su potente brazo dio un tirón de la pierna de Enrique, situándolo encima de Pedro, con la frase célebre: " Ni quito ni pongo Rey, pero ayudo a mi Señor"..../ Enrique apuñaló a su hermano Pedro, sin mover una ceja, y se convirtió en "heredero" por muerte de su hermano (nunca mejor dicho que heredero). / Así eran entonces las cosas entre los nobles, los reyes y los guerreros.... o sea que no se les puede "clasificar, ni entender, ni juzgar con la mentalidad de este siglo, que no es mejor que aquellos, pero derrama menos sangre, que es muy escandalosa..../ Para sellar la paz definitiva, los padres de Pedro y los padres de Enrique vieron como estupenda la idea de que se casaran hijos de ambas familias contendientes, y asi ya acabar con esas rencillas sangrientas.. La cosa salió bastante bien, pues Enrique III y Catalina fueron un matrimonio bien avenido, que se apoyaron no solo como consortes sino como gobernantes y en buena armonía. Catalina de Lancaster ha dejado una magnífica imagen en la Historia: Bella, inteligente, fuerte, discreta.... y madre de Juan II
 
jaloque, Lunes, 26 de Septiembre de 2011 22:02
jaloque
Como casi siempre, se hace buena la afirmación de que la realidad es la mejor fuente de la fantasía. ¡Cuántos argumentos nos regala la Historia, asi con mayúsculas¡¡ Cuando comento lo que me ha inspirado en mis composiciones de mayor fantasía, la mayoria de veces es la pura realidad, y seguro que hay muchos escépticos que piensan que nada de eso pudo ocurrir, que solo son fruto de una mente calenturienta,,,, Sin embargo la verdad salta de vez en cuando para recordarnos que es nuestra mejor fuente de inspiración. / / Esta Leyenda de la Historia ya la había leído hacía mucho, pero desde luego NO tan bien documentada y relatada como ahora nos la regala Angel Nevernet-Lancaster, y lleva en el fondo muchas realidades. La primera, su vinculación emotiva a hechos de sus ancestros de apellido, por descender de los muy importantes que aqui aparecen, y segunda, por haber sabido resumir, sin quitar interés poético y buena redacción, esos hechos que son de la Historia, con personajes absolutamente reales, cuyas vidas y peripecias fueron dignas de pasar a libros, a leyendas, a tradiciones y a cuentos y películas tan famosos como La Bella Durmiente.../ Debe ser una gozada desgranar, como con un bisturí, los mil secretos que este cuento, como tantos otros, encierran, hasta encontrar a los personajes de carne y hueso que los inspiraron y que fueron tal cual han pasado a los cuentos o las películas..../ La descripción de la "dama" de la princesa Catalina de Lancaster, llegada de la verde England para casarse con el principe Enrique Trastamara, posteriormente Rey de Castilla, nos situa en el ambiente medieval palaciego de aquellos todavía aislados reinos, donde todo se arreglaba con guerras o matrimonios de estado. Parece que la reina Catalina trajo consigo cultura, bondad y unas hermosas damas inglesas que enraizaron en su nuevo pais incluso entrando en la leyenda, como esa preciosa joven, rubia, virtuosa y cantarina Eleanor de Beaumont.../ / Su dignidad de "dama de alcurnia virtuosa" le trajo la desgracia de un pretendiente despechado, de una prometida despechada y de una conjura con malas artes de brujas por medio para quitarla de la escena donde ella no había incurrido en ninguna maldad. / Todo ello pura realidad.... o en parte, pero que dio lugar a posteriores interpretaciones, a supuestos basados en deducciones imaginadas o .... tal vez no tan imaginadas... Y todo eso nutrió los argumentos de muchos creadores de leyendas y de cuentos.../ / Muy interesante también el habernos situado en el origen del título de Príncipes de Asturias, con fecha definida en la Historia, pues es el que han llevado y llevan los hijos de reyes españoles herederos del trono.
 
Kistila, Lunes, 26 de Septiembre de 2011 18:42
Kistila
muy bien llevado!! interesante, plausible, romántico y poético... que hay de realmente histórico?... que hay de leyenda?... no consigue uno deshacer el nudo y creo que por esto esta muy logrado... me gusto mucho la segunda parte con la descripción de la ermita y los apuntes tan poéticos como: "las estrellas mantenían su luminoso diálogo con la luna, que mostraba impúdica todo su voluptuoso esplendor esa noche, cuya madrugada acababa de comenzar" El final: "La clara luz de la luna ilumina la estancia y el fuego danza en el hogar..." es una prolongación mil veces mas bonito que el eterno "y comieron perdices"
 

 

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